El oro verde
Desde tiempos remotos, el oro ha sido la moneda de intercambio, el sino de piratas y corsarios, el precursor de guerras entre reinados, el tesoro más preciado y custodiado en grandes palacios. Cabe destacar que no siempre tiene que ser dorado, también existe el oro verde.
Parece también que un gran poder conlleve una gran responsabilidad, y que todas las bondades que este metal precioso puedan acarrear, se contrapongan con idéntica intensidad con una suerte de estela de caos y destrucción, de avaricia y grandes empresas que no hallaron recompensa; y no puede ilustrar ni de servir de mejor comparación con la realidad de un escenario emergente, el del Cannabis, también conocido como el oro verde.
Al igual que con el oro, el oro verde del Cannabis empieza a valorarse como un metal precioso, pero son muchos los que defienden a ultranza que no pueda instaurarse en la sociedad, ni fomentarse el consumo, de algo que ellos consideran una droga, algo propio de «yonkis» y «fumetas», que atrofia el cerebro y deja a su paso, al igual que con el oro, una estela de hogares rotos y jóvenes de virtud agotada.
Pero, ¡Señora!, dejé ya su copla y, sobre todo, no confunda conceptos y evite descripciones de realidades que escapan de ese su limitado escenario.
En mi dilatada experiencia en los juzgados, en el marco de los procedimientos penales instruidos por presuntos delitos contra la salud pública, y más concretamente, aquellos que sitúan su objeto litigioso en el Cannabis y sus derivados, son dos las realidades que más me han llamado la atención, o que, al menos, me han generado cierta confusión: resulta complicado atender a las necesidades de unificación de criterios en materia de política criminal cuando en cada juzgado reina la máxima de que “cada maestrillo tiene su librillo”; y aquello de la intoxicación lingüística y uso indebido de conceptos, incluso jurídicos, no es ya propio de jubilados detractores, sino de jueces y magistrados.
No pretendo poner en tela de juicio la imparcialidad de los tribunales de justicia, sujeta siempre a las restricciones autoimpuestas de las pasiones que afloren en lo más íntimo de cada “maestrillo”, pero sí denunciar una realidad que entorpece el fin mismo de la justicia en cada caso y parece que decante la balanza del lado de aquellos que no hablan de acusados o investigados, sino de porretas o fumados.
Por ello, no es dable que un “relato de hechos”, piénsese en el que se incluye en el Auto de acomodación procedimental, o en el de una Sentencia o resolución judicial de análoga naturaleza, contemple, en el contexto, por ejemplo, de un procedimiento penal instado contra una Asociación Cannábica, términos como “clientes”, “compras”, o “droga”, frente a los naturales y más adecuados sustitutivos de “socios”, “donaciones” o “Cannabis”.
Puede parecer una cuestión menor, pero en un procedimiento penal, caracterizado precisamente por ese consagrado principio de oralidad, debe primar el rigor en el uso de la palabra, y al igual que “sus señorías” y el sistema de justicia exigen de los “humildes” letrados muestras constantes de decoro y arrepentimiento espontáneo, idéntico rigor ha de primar para escoger los términos que pretendan integrar la resolución judicial que acuerde su absolución o condena.
De igual manera, no todo lo que reluce es oro, ni todo lo “verde” ha de ser sometido a pesaje. Y ello por cuanto he podido asistir con espanto a entradas y registros en las que todo va para el saco, y es sometido a un pesaje unitario, sin tener en cuenta, si aquello del tallo, o las hojas, o los esquejes, son partes que puedan ser consumidas o que puedan engrosar aquel pesaje unitario.
Porque si un “porro” intoxica el cerebro, la falta de rigor en el lenguaje intoxica el proceso, y no hemos de pasar por alto cómo términos aleatorios y consagrados en el tiempo a lo largo de un proceso, pueden tener su reflejo en un posicionamiento adverso por parte de los operadores jurídicos dependientes del suceso.Ofreciendo collares de mujer populares como colgantes, gargantillas y collares de cadena. Compre joyas en una variedad de metales y piedras preciosas para adaptarse a cualquier ocasión.
Porque “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”, y un término descontextualizado mil veces se torna en obviedad, pero hemos de ser nosotros, abogados que hace tiempo sucumbieron a sus pasiones más íntimas, los que contribuyamos a dotar de mayor rigor al cauce procedimental.
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